Tras sufrir un cáncer que la inmobilizó, María Laura Cisneros escribió un libro y logró retomar la docencia. «Hay que hacer lo que uno ama», indica.
María Laura Cisneros tiene 37 años y sólo puede mover la cabeza. El resto de su cuerpo está paralizado. Un cavernoma en la médula la dejó en silla de ruedas y su vida cambió para siempre. Esto, igualmente, no la detuvo. Logró recuperarse gracias a una operación en España, y hoy puede hablar y hacer lo que más le gusta: dar clases de danza.
Vive con sus padres en el barrio Yapeyú, en la ciudad de Córdoba. Todas las mañanas hace sesiones de rehabilitación. Una para respirar y otra motriz. Por medio de un aparato, usa la cabeza para moverse. Siempre la acompaña una enfermera, que hace, a la vez, de asistente.
En su cuarto, gracias a unos aparatos, María Laura puede conectarse a Facebook y escribir textos. (Foto: Daniel Cáceres)
Su espíritu está intacto. Si bien tiene días malos, en general muestra buen humor. «Aprendí a soltar. Creo que mi historia puede servir para otros. En esta situación es muy difícil salir en la vida, por el problema de accesibilidad. Hay un montón de barreras, pero es importante ingeniárselas para hacer lo que uno ama», explica, con gran tranquilidad.
El giro rotundo en su vida se produjo a fines de 2009, cuando le detectaron el cáncer en la médula. «Un día empezó con vómitos, perdió movilidad y le costaba respirar. Se desmayó. La llevamos al hospital y le encontraron el cavernoma», cuenta su madre, Liliana Leguizamón. «De un día para el otro pasó de ser una profesora de educación física y de danzas folclóricas a una silla de ruedas. Le costó mucho», agrega.
Luego de la lesión, María Laura pasó años extremadamente complicados, sin poder respirar por sí misma -lo hacía con respirador- ni tampoco hablar. «Fue un infierno. Estaba encerrada en mi habitación y no me podía comunicar», cuenta ahora Cisneros. Hasta que en 2014, gracias a una campaña solidaria, viajó a Toledo, España, donde le colocaron un marcapasos diafragmático que la ayuda a respirar sola.
Desde entonces su vida comenzó a tener otro color. Podía salir de su casa y comunicarse. Eso la ayudó a reconstruir de a poco sus pasiones, que habían desaparecido tras la operación. Y a comienzos de este año, junto a un amiga, también bailarina, abrió un taller donde enseña danza latinoamericana, en la Asociación Civil La Cachairera, a dos cuadras de su casa.
María Laura junto a su compañera Paula y su mamá Liliana. (Foto: Daniel Cáceres)
«La conozco hace diez años, desde antes de su lesión, como bailarina. Después de años nos reencontramos en un espacio de formación de música latinoamericana y fue muy emocionante. Me propuso entones hacer este taller juntas. Es un aprendizaje muy grande trabajar con ella. Verla en esa silla moviliza un montón de cosas. No para de generar proyectos, y de concretarlos», cuenta emocionada Paula Granero, profesora de danza y kinesióloga.
El taller funciona durante dos horas, una vez por mes, y van unos diez alumnos. «Es sobre folclore latinoamericano. Vemos varias danzas y enseñamos los movimientos a través del juego. Primero hacemos una entrada en calor, con algo de relación. Luego empezamos a jugar. Yo les voy diciendo con palabras lo que tienen que hacer. Vamos intercambiando conocimiento con la gente que participa. Entre todos llegamos a conformar lo que queremos. Es una participación de todos», cuenta Cisneros, quien aclara que el espacio está abierto a todos y es inclusivo también para gente como ella.
María Laura, a pesar de su condición, no deja de lado el sentido de humor al dar clases. «Tiene una vincha con un micrófono para dar indicaciones y una bocina que toca cuando nos equivocamos. Todo el tiempo se está riendo y haciendo chistes. Va proponiendo distintos ritmos, como zamba y chacarera. Los juegos tienen una consigna, como por ejemplo, representar teatralmente las letras de las canciones. Los talleres me divierten. Me sirven expresar sentimientos a través del baile», cuenta Belén Hidalgo, ingeniera biomédica, terapeuta y amiga de Cisneros.
María Laura tuvo que atravesar muchos infiernos. Nunca bajó los brazos y con una vitalidad asombrosa sigue alimentando sus pasiones y sueños. En 2014 escribió un libro, Latidos de Libertad, donde cuenta su historia. Es increíblemente activa tanto en la vida cotidiana como en las redes sociales. Su perfil de Facebook tiene 3000 seguidores. Allí cuelga información y videos de sus clases. A pesar de sus muchas limitaciones, ella sigue aprendiendo sobre danza y además sobre literatura. Su alma se eleva tan alto que es imposible alcanzarla. «Me gusta pensarme desde el lado de la vida. Decir que puedo respirar, que estoy viva. Me puedo conectar. Estoy consciente. Desde ese lado, ¿qué más se puede pedir? Poder ver el sol todos los días es una bendición».